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Los procesos psicológicos implicados en el aprendizaje son tan variados como las mismas variantes que afectan el proceso de transmisión del conocimiento. Dependiendo de ciertas capacidades y aspectos mentales del estudiante, este tomará la información de forma diferente a sus compañeros. Por ello, se hace importante que el profesional en educación conozca estas afecciones tanto como le sea posible. En el presente artículo veremos un poco de ello.
Metacognición vs. inteligencia
La metacognición en el aprendizaje
Se ha determinado que la metacognición, está relacionada con un mejor aprendizaje de tareas y por tanto en su desempeño. Luego, a mayor desarrollo de la metacognición, se esperarían unos mejores resultados académicos independientemente del nivel de capacidad intelectual del estudiante. Igualmente se ha observado que, aquellos estudiantes que tienen un mayor desarrollo de la metacognición, tienen a su vez mayor sensación de autonomía en el aprendizaje. Esto mejorando el estado de ánimo y la actitud hacia la materia de estudio.
Se han realizado investigaciones con respecto a la relación de la metacognición y el nivel de inteligencia. A pesar de que son procesos independientes, se ha podido observar, que aquellos que tienen superdotación, tienen un mayor control de la metacognición. Relación que no puede explicarse como causa-efecto, sino que, por otras variables; ya que la mayor inteligencia le ha podido permitir al menor, desarrollar sus propias teorías y prácticas sobre el control de la metacognición. Con ello suplir la carencia de un diagnóstico y entrenamiento estructurado, que le habría ahorrado tiempo y esfuerzo.
Igualmente, en cuanto al tiempo de respuesta en la resolución de problemas, el desarrollo del control de la metacognición puede “aparentemente” ser un inconveniente. En ocasiones, este se prolonga mucho más de lo que precisa otro pequeño de su edad en resolver el mismo problema.
La diferencia es que la mejora de la memoria de trabajo, hace que se estén evaluando multitud de posibilidades. Esto para ir descartando aquellas que no tendrían una resolución óptima; aspectos que ni llega a plantearse una persona que no tiene este nivel de desarrollo de la metacognición. Capacidad que se ha visto estrechamente relacionada con la característica del perfeccionismo individual. Esto lleva a “pensar” y “repensar” en las posibles soluciones antes de emitir un juicio.
La regulación del aprendizaje
La regulación activa hace referencia al aprendizaje por ensayo y error, y es la más habitual. Allí es donde la persona evalúa las posibles soluciones y elige aquella que entiende que es la mejor, y la prueba. Si alcanza la solución esperada, se produce un refuerzo de los mecanismos metacognitivos empleados; en caso contrario, el control de la metacognición permitirá evaluar en qué punto se ha producido el error y cómo mejorarlo para próximos problemas.
La regulación consciente es un paso más avanzado, y menos empleado y consiste en el mismo proceso inicial de selección de posibilidades. Además de la elección de la que parece más probable que sea la “acertada” y puesta en práctica, para comprobar si es o no correcta. Sin embargo, esta práctica es mental, donde se realiza una simulación de los posibles resultados. Esto lleva a descartar o aceptar esa posible respuesta, sin precisar de prueba real.
Si la elección no supera la simulación mental, se vuelve a repensar sobre ello; reflexionando sobre dónde se ha producido el error, para solventarlo y poder así ofrecer una solución definitiva y válida. Este segundo proceso, es mucho más largo tanto en tiempo, como en recursos. Por eso suele emplearse por personas superdotadas, cuyas bases neuronales están optimizadas para facilitar dicho procesamiento.
Sabiendo que a medida que se va entrenando y practicando, se van también afinando en las respuestas. Esto ya que las simulaciones mentales son cada vez más complejas, a la vez que próximas a la realidad de la situación. Permite que se pueda llegar a una mejor resolución, sin necesidad de la práctica de ensayo y error. En el caso de la superdotación, el aprendizaje de estas estrategias va a ser más rápida y van a poder sacarle mayor provecho.
La inteligencia y el aprendizaje
Uno de los conceptos más controvertidos en psicología es el que se refiere a la inteligencia, esta ha sido definida tradicionalmente como la capacidad de resolución de forma satisfactoria de una serie de cuestionarios “estandarizados” para la población “diana”.
La evaluación de la inteligencia surgió en el siglo XIX, de la mano de Bient y Simon, con el objetivo de diferenciar a los alumnos en distintos niveles de inteligencia y con ello detectar el retraso mental, diseñando el primer test de Coeficiente Intelectual (C.I.) el cual se obtiene mediante la división de la edad mental entre la edad cronológica multiplicada por 100, en lo que se conoce como ecuación Stern.
Así, un niño de 10 años con la capacidad intelectual de otro de 13 años, tendría un C.I. de 130, siendo los valores promedios entre 90 a 110. Este C.I. es una medida promedio que se extrae de los rendimientos en distintas pruebas, cada una referente a un proceso psicológico implicado en la inteligencia, como son la memoria, el entendimiento, la abstracción, etc.
La aproximación opuesta a la inteligencia surge en la misma época por parte de Galton, quien considera evaluar la inteligencia a través de medidas fisiológicas de rapidez y precisión frente a los estímulos. La observación de Spearman, sobre que casi todas las medidas de inteligencia se solían relacionar entre sí, le posibilitó descubrir el factor común de inteligencia o factor “g”; considerando al resto de los factores que no se relacionaban con la inteligencia como factor “s”.
A partir de ahí, han surgido diversas teorías, tratando de establecer el número exacto de factores que implicaría la inteligencia, como en el caso del Thurstone, quien la dividía en 7 (comprensión, visualización espacial, razonamiento, percepción, memoria, fluidez verbal y habilidad numérica) o Guilford, que identificó 150 factores.
La evolución en la educación
Tener una puntuación baja “condenaba” a los estudiantes a un futuro desalentador, tanto académica como laboralmente, de ahí que dichos resultados motivasen la modificación de las políticas educativas a nivel nacional, haciéndola más sensible a los grupos más “desfavorecidos” en inteligencia, encaminadas a “compensar” dichas diferencias para que así todos tuviesen las mismas oportunidades.
Estudios posteriores dejaron en evidencia dichos resultados, pensaron que eran falsos, y que las diferencias encontradas no se debían tanto a la inteligencia, sino a los test empleados para su evaluación, pues empleaban un vocabulario que no era compartido por todos; así cuando se equipararon las pruebas con otras que empleaban el “argot” propio de dichas poblaciones diana, no se hallaron diferencias en la inteligencia, evidenciando así la necesidad de adaptar los cuestionarios a la población diana.
En contra del uso de estos test han surgido detractores que consideran a estas pruebas “injustas”, al querer evaluar a toda la población “por el mismo rasero”; igualmente se considera que únicamente toma una “foto” del momento de la persona, pero no cómo va evolucionando a lo largo de la vida.
Igualmente, se ha criticado la falta de unificación de criterios en cuanto a la inteligencia, donde cada autor defiende un número de capacidades diferentes, y tampoco existe un consenso en cuanto al origen de la inteligencia, donde algunos autores defienden que se trata de un origen genético, mientras que otros defienden la aproximación ambiental; siendo la postura intermedia la dominante en la actualidad, donde se acepta la base genética de la inteligencia, pero precisando para su desarrollo de un ambiente adecuado.
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