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La fluidoterapia animal es una medida terapéutica de gran relevancia en la medicina de urgencias, llegando a ser determinante en la evolución de los pacientes. Un buen conocimiento de la fisiología del equilibrio hídrico, electrolítico y ácido-base, permitirá identificar correctamente cuándo está indicada y cómo se debe aplicarla. La composición del organismo está formada en su gran mayoría por agua, siendo el 60% del peso de un individuo.

En cuanto a su distribución, se divide en compartimento extracelular e intracelular y el primero a su vez, en intravascular e intersticial. El movimiento de fluido entre los compartimentos está relacionado con la permeabilidad de las membranas y la concentración de solutos con actividad osmótica. Los solutos más relevantes son:

  • Espacio extracelular: sodio, cloro y proteínas. El primero es el más importante para la regulación del volumen en este espacio, está regulado por el sistema renina-angiotensina-aldosterona y el péptido natriurético auricular. Las proteínas, principalmente la albúmina, adquieren un papel fundamental en el espacio intravascular, generando la presión oncótica.
  • Espacio intracelular: potasio y fósforo.

Las indicaciones más importantes para iniciar la fluidoterapia son la reposición y mantenimiento del balance de fluidos y electrolitos, además de la corrección de alteraciones ácido-base. Para ello, se debe saber diferenciar en los pacientes qué espacios están afectados y qué implicaciones conllevan, realizando una correcta anamnesis, examen físico, peso y parámetros analíticos específicos.

Deshidratación

Se define como la pérdida de fluidos en el compartimento extravascular. La valoración del estado de hidratación del paciente siempre conlleva cierta estimación subjetiva, pero mediante las siguientes herramientas, se puede aproximarse de una forma más exacta:

  • Historia: a través del propietario, en la mayoría de casos, se puede conocer la duración, frecuencia y cantidad de las pérdidas antes de acudir al centro.
  • Examen físico: humedad de mucosas, elasticidad cutánea, presencia o ausencia retracción globos oculares.
  • Peso: de forma ideal, conocer el peso normal del paciente antes del proceso permitirá calcular la diferencia, pero en la mayoría de casos no es posible. La monitorización constante durante el tratamiento si es una herramienta eficaz de evolución y toma de decisiones.
  • Parámetros analíticos: aumentos del hematocrito, albúmina y urea son altamente indicativos, pero siempre pueden estar influenciados por anemia, hipoalbuminemia y enfermedad renal previas. Las concentraciones de electrolitos también son de ayuda, pero teniendo en cuenta el tipo de pérdida.

Hipovolemia

Es la pérdida de fluidos del compartimento intravascular, generando déficit de flujo sanguíneo en los tejidos (hipoperfusión), que ocasiona un bajo aporte de oxígeno y nutrientes a las células. Si la pérdida supera el 30% (severa), se alcanza un estado crítico, denominado shock.

  • Historia: presencia de grandes pérdidas de fluidos de forma aguda (hemorragias activas, vómitos, diarreas, poliuria, efusiones en cavidades corporales o subcutáneo).
  • Examen físico: color de mucosas, tiempo de relleno capilar, temperatura en las extremidades, frecuencia cardíaca, frecuencia y calidad del pulso (femoral y metatarsiano), y presión arterial. Muchos de los cambios están generados por la vasoconstricción para intentar compensar y mantener la perfusión de los órganos vitales, sacrificando los tejidos periféricos.
  • Parámetros analíticos: reducciones significativas en el hematocrito y las proteínas totales, de forma conjunta, indican pérdida de sangre entera. El lactato es un marcador muy sensible de la perfusión tisular, ayudará en el estadiaje y la evolución tras instaurar la terapia, siendo un indicador pronóstico de alto valor en la práctica clínica.

Plan de fluidoterapia

Tras la evaluación del paciente, si se detecta alguna de las condiciones descritas antes, es importante comenzar la terapia con fluidos lo antes posible. Para ello, se debe elegir la vía de administración más adecuada, siendo la intravenosa la de elección (cefálicas, safenas o yugulares), en algunos pacientes de pequeño tamaño sin posibilidad de acceso venoso, se puede utilizar la intraósea, pero es de difícil mantenimiento para terapias prolongadas. En la actualidad, hay una gran cantidad de fluidos para perfusión disponibles. A continuación, se comentarán los más importantes y sus indicaciones:

  • Cristaloides: son soluciones de agua y electrolitos que pueden salir del compartimento vascular libremente. También pueden contener glucosa. Se pueden dividir en función de su tonicidad.
    • Hipotónicos: NaCl 0.3%+G 3.6%. Útil en patologías que requieran un aporte de agua con restricción de sodio: insuficiencia cardíaca e hipernatremia. No se deben utilizar en casos de hipoperfusión, ya que su difusión es rápida y puede generar diluciones graves de los electrolitos si se administra rápido.
    • Isotónicos: indicados en la mayoría de situaciones clínicas, se pueden definir también como soluciones de reemplazo, útiles en hipovolemia y deshidratación. Una vez depositadas a nivel intravascular se equilibran con el espacio intersticial y tras una hora, solo permanece el 20- 30 % dentro de los vasos.
      • RINGER LACTATO: electrolitos en concentración similar al plasma. Contiene lactato, que es transformado en bicarbonato con acción alcalinizante del pH sanguíneo, muchas patologías cursan con acidosis. Tiene una concentración de 5mmol/L de potasio, esto solo tiene relevancia en hiperkalemias severas, por lo que se puede utilizar en la mayoría de situaciones con seguridad.
      • NaCl 0.9%: efecto acidificante. Debido a que no posee potasio, será el de elección en elevaciones severas de potasio (fase oligúrica de la enfermedad renal y crisis Adissoniana).

Coloides

Son soluciones que contienen partículas de alto peso molecular que no atraviesan las membranas capilares, de forma que son capaces de aumentar la presión osmótica plasmática y retener los fluidos en el espacio intravascular durante más tiempo. Además, las soluciones coloidales incrementan la presión oncótica, atrayendo agua desde el intersticio. Las soluciones coloidales pueden ser naturales o de origen sintético.

  • Naturales:
    • Albúmina humana: riesgo de reacción de hipersensibilidad. Solo recomendado en hipoalbuminemias severas. » Plasma: coloide ideal, excepto con el objetivo de aumentos de albúmina altos, ya que requiere mucha cantidad para conseguirlo y los costes son muy altos. Aporta también factores de coagulación, beneficioso en coagulopatías.
  • Sintéticos: se tienen gelatinas, dextranos e hidroxietilalmidón. Este último es el más utilizado en la práctica clínica. Sin embargo, en los últimos años, se cuestiona su uso por riesgo de reacciones adversas tras su uso. La información disponible hasta la fecha es muy controvertida. A pesar de ello, existen diversas situaciones clínicas donde su utilización debe considerarse. La disminución marcada de la presión oncótica por hipoalbuminemia, hemorragias agudas, quemaduras extensas y en maniobras de rescate de volumen intravascular de urgencia (cirugía, o sepsis).
    Teniendo claros los conceptos desarrollados hasta el momento, se va a abordar el cálculo y forma de administración de la fluidoterapia. El uso de dispositivos de perfusión automáticos facilita el control de la cantidad y ritmo. Así, pudiendo programar la administración de cantidades concretas en un periodo determinado de tiempo (bolo); pero si no se dispone de bombas, se puede realizar el cálculo mediante gotas por minuto. Las gotas equivalentes a 1 ml dependerán del equipo de infusión utilizado: normales (20 gotas) y pediátrico (60 gotas).

Farmacología en animales

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