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Dentro de la comunicación y la emisión noticiosa existen ciertas características que permiten que el emisor de la información se posicione de mejor manera en el ámbito. Dos de ellas, que resultan muy importantes, son el prestigio y la credibilidad. Las fake news o noticias falsas están presentes de manera continua en el día a día. De hecho, no es una excepción en el mundo del periodismo, siendo esto, por lo tanto, un verdadero problema para el público que no posee los conocimientos para discernir la verosimilitud de una información.

La consultora Gartner (2017) sostiene que en el 2022 el público occidental consumirá más noticias falsas que verdadera; no habrá suficiente capacidad, ni material ni tecnológica, para eliminarlas. Los bulos no son un fenómeno nuevo dentro del periodismo. De hecho, en “las gacetas del siglo XVIII los bulos y libelos eran una herramienta de poder válida bien conocida por reyes. En el siglo XX los totalitarismos se sirvieron de falsedades como herramienta de desinformación propagandística” (Fernández, 2014).

Sin embargo, gracias a internet y las redes sociales, el rumor cobra una dimensión nueva en la que entran en juego factores como “velocidad, amplitud y universalidad, vectores que potencian el auge de su difusión amparado en la participación, el anonimato, la fuente oculta y la dificultad para borrar su rastro” (Alonso y Orta, 2015). Las nuevas tecnologías permiten que se potencie la distribución de las noticias falsas y que estas se apropien del espacio de las redes sociales. Esto hasta el punto de dominar la conversación con alto crédito para obtener el propósito que se ha propuesto quien la difunde.

Flujo informativo

La libertad de expresión y de información, pilares básicos de la democracia, deben encontrar un límite en el derecho a la veracidad de las informaciones que se reciben. El conocimiento de la realidad es lo que permite a los receptores formar opinión sobre el mundo. Sin embargo, el flujo permanente de información y las noticias falsas erosionan esa credibilidad generando desinformación. Tras el último escándalo de Facebook y Cambridge Analytica, la popularidad de las redes registra sus cuotas más bajas.

Las ‘fake news’, noticias falsas, posverdad o como sea que se denominen, se han convertido en un problema de primer orden. Mike Schmidt, miembro de Dovetale, publicó en New York Time un informe muy esclarecedor. Este ponía en evidencia la cantidad ingente de bots que campa a sus anchas en las redes sociales. Según señalaba el especialista, de las 20 cuentas más populares de Instagram, el 16 % de sus fans son seguidores falsos. Y es que según se ha demostrado, por una inversión irrisoria de euros cualquier usuario puede comprar seguidores, likes o incluso comentarios.

En este contexto en el que prima la inmediatez y en el que las ‘fake news’ y los bots son tan difíciles de controlar: ¿qué está ocurriendo con los medios tradicionales? En uno de los peores momentos para los diarios en papel, con las ventas desplomándose, quizá la credibilidad sea el tablón de salvamento del periodismo. Según el Barómetro de la Confianza de Edelman, seis de cada diez personas aseguran confiar en los medios tradicionales.

La credibilidad del periodismo obtiene el nivel más alto de confianza de los últimos seis años, como respuesta precisamente al fenómeno de las fake news. Ha llegado el momento de que los medios se sienten a reflexionar sobre su labor social.

Autorregulación

La profesión periodística se mueve en un terreno ambiguo desde un punto de vista normativo debido a que el Estado y el derecho no pueden regular todos los comportamientos y quehaceres en los términos de la responsabilidad que requiere esta actividad profesional. Naturalmente, el papel del derecho no desaparece, pero queda limitado a proteger y salvaguardar derechos básicos que pueden estar en peligro o que hayan sido dañados.

Es el encargado de establecer un mínimo común denominador que todos los medios de comunicación y sus profesionales deben cumplir y respetar. Según Aznar (1999a) “La autorregularización es una iniciativa voluntaria y de compromiso de todos los agentes sociales implicados en la comunicación para promover el ajuste de esta actividad a las normas éticas y deontológicas que la deben guiar”. Otra apostura similar es la que presenta Calatayud (1999) “La autorregulación propicia que cada uno asuma su parte de responsabilidad al hacer pública cualquier información”.

Es decir, pretende cubrir el espacio entre derecho y ética para que los contenidos sean de calidad, veraces y éticos, y de este modo cumplan su función social de la mejor manera posible. Esto es vital para que el periodista haga una información de calidad y tenga credibilidad frente a otros productores de información “no profesionales”, además de este modo no solo irá creciendo la reputación y credibilidad del periodista de manera individual, sino también en el ámbito colectivo de la profesión.

La autorregulación se sustenta en la mayor libertad y responsabilidad que supone su ejercicio, pero no equivale a autocensura porque nace de un compromiso libre de los propios implicados en el proceso comunicacional. No consiste en imponer criterios morales, pues sus mecanismos se adoptan por consenso, debiendo ser aprobados por una mayoría de los profesionales de la información.

Autorregulación profesional

La autorregulación profesional lleva asociadas tres características inherentes, Aznar (2005b):

  • La continuidad: la primera de ellas, y es la que la diferencia del autocontrol.
  • La publicidad: hace referencia a las normas y los criterios establecidos. Deben ser públicos y conocidos por todos los miembros de un mismo colectivo profesional.
  • La institucionalización de los mecanismos de autorregulación profesional: es la característica que debe garantizar el ejercicio de la autorregulación.

Los mecanismos de autorregulación tratan de responder a las exigencias de la sociedad y de los profesionales con respecto a la actuación de los medios de comunicación sin interferir en la libertad de actuación. Se trata de conseguir un punto de equilibrio entre la coacción normativa y una peligrosa no regularización de las empresas informativas. La primera función de la autorregulación es formular públicamente las normas éticas que deben guiar la actividad de los medios. En este sentido, se relaciona muy estrechamente con todo lo concerniente a la ética y la deontología profesional de la comunicación, y no con el derecho y las normas jurídicas.

La segunda función es la de contribuir a que se den las condiciones laborales, profesionales y sociales que hagan posible el cumplimiento normal de las exigencias éticas y deontológicas de la comunicación. Una vez establecidos y desarrollados los dos pasos previos, solo resta examinar, juzgar y poner en conocimiento de la opinión pública aquellos casos en los que no se produzcan ese cumplimiento. Esta tercera función debe permitir denunciar las falsas y corregir los errores, evitando así en lo posible que vuelvan a repetirse en el futuro.

La emisión de información masiva

Las noticias y la información hoy en día se han convertido en uno de los medios más consumidos por el ser humano común. Esto se debe a los actuales cambios y a la facilidad con la que cuenta el ser humano en el proceso de adquisición de información. Por ello, las noticias emitidas por el profesional en este campo deben ser veraces y totalmente comprobadas por muy buenas fuentes.

En TECH Universidad Tecnológica se elaboran a diario algunos de los mejores programas para los profesionales modernos. Dentro de los mismos se encuentra la Facultad de Comunicación y Periodismo, donde se desarrollan programas como el Máster en Comunicación de Empresas de Moda, Belleza y Lujo y el Máster en Periodismo Fotográfico. Sin embargo, para aquellos profesionales que buscan dominar el campo de los nuevos canales de comunicación, no cabe duda que su mejor elección será el Máster en Periodismo Multimedia.

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