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La inmediatez en la digitalización y todos los avances tecnológicos que se llevan produciendo entre las últimas décadas han supuesto para la sociedad del momento una aceleración en sus ritmos vitales, cambiando por completo su estilo de vida. La impaciencia se ha convertido en uno de los rasgos de personalidad más presentes entre las personas, volviéndose completamente intolerables a la espera. Por ejemplo, aumenta la frustración cuando una página en internet tarda en cargar un segundo o cuando tarda el proceso de publicar una información.
Esto es consecuencia del nuevo panorama de comunicación social donde se ha forjado la costumbre a la inmediatez y a la fugacidad con la que se procesan las órdenes en la red. La sensación de necesitar todo al momento está presente en todas las labores y actividades cotidianas del día a día. Esto se convierte en la necesidad de conseguir cualquier respuesta o información al instante.
El sentido de la prisa está en todas partes. Se tiene la obligación de saciar la necesidad de información o de obtener la respuesta a cualquier acción al instante. Los elementos que han propiciado la asimilación de velocidad son propios de las tecnologías de la comunicación.
Hay que tener en cuenta, por ejemplo, el bombardeo constante de notificaciones que se reciben en los teléfonos móviles, que se han convertido en una pieza imprescindible del cuerpo. Si la notificación es propia del aparato, que exige actualizarse, es posible permitir no culminar la acción y posponerla para más adelante. Pero si estas provienen de aplicaciones de comunicación instantánea, ya sea un email, un mensaje o comentario de Facebook, o un WhatsApp, la forma de actuación cambia básicamente porque hay un receptor a la espera.
La necesidad de la inmediatez en la digitalización
El hecho de que el emisor pueda ser inmediato, que pueda enviar instantáneamente sus mensajes, le crea la falsa expectativa de que su receptor puede o debe hacer lo mismo para responder a su mensaje. Este tipo de plataformas virtuales de comunicación han incorporado comprobantes de recepción y de lectura por parte del receptor e incluso muestran la hora de conexión del usuario para poder controlar si ha sido consciente o no de la notificación.
Este elemento, que puede parecer inocente e incluso práctico, obliga al receptor a apremiar su respuesta para satisfacer al emisor. El tiempo que tardan en abrirse tanto un software como una página web ya no se mide en minutos. Un minuto se ha convertido en una eternidad digital.
Las páginas web son diseñadas pensando en la usabilidad, es decir, en ahorrarle tiempo al usuario para encontrar lo que quiere. Quizá la única vía de interacción online en la que se acepta un mayor margen de espera sería el correo electrónico. No solo por la formalidad de su formato, sino por ser el medio sustituto de la carta escrita, con todas las connotaciones que ello implica.
Un reciente estudio ha demostrado que más del 90% de las contestaciones a los correos electrónicos recibidos se producen dentro de las siguientes 24 horas de recibir el mensaje y, sorprendentemente, el tiempo de respuesta más común es antes de los dos minutos posteriores a haberlo recibido. Asimismo, la mitad de las contestaciones se realizan dentro de los 47 minutos siguientes de haberlo recibido.
La percepción del tiempo en internet
La extensión de las contestaciones enviadas por esta vía también es de destacar, puesto que la más común cuenta con apenas 5 palabras y la mitad suele ser inferior a 43. Tan solo un 30% de los correos contienen más de 100 palabras. Estos datos ponen sobre la mesa distintas cuestiones: por un lado, la jibarización de la comunicación (Serrano, 2014); por otro, la velocidad y la permanente conexión de los usuarios; y, finalmente, la necesidad de contestar a los mensajes con apremio.
La percepción de inmediatez en las comunicaciones online reduce psicológicamente la distancia entre las personas que están conversando. Por este motivo, la réplica instantánea también propicia un sentimiento de comodidad e induce a pensar que la persona con la que se está hablando en tiempo real es más sociable que aquella que tarda más en responder.
De hecho, como destaca Sibilia (2006), es curioso cómo el adjetivo real se vincula a tiempo en Internet para expresar el aquí y ahora del plano analógico. Las comunicaciones digitales «anulan las distancias geográficas sin necesidad de desplazar el cuerpo e inauguran fenómenos típicamente contemporáneos como la «telepresencia» o la «presencia virtual» (Sibilia, 2006).
Es como si de algún modo hubiese un impulso a ser impacientes, para responder a todos los inputs. De hecho, si por azares del destino en el dispositivo no hay ninguna notificación pendiente, más de uno comprobará su conexión a Internet para asegurarse de que todo es correcto y que no está desconectado de ese torrente de información. La inmediatez ha afectado al comportamiento, a la forma de pensar.
El nuevo panorama social
Internet ha modificado no solo la forma de procesar la información, sino la capacidad de almacenarla. Se confía la memoria a la posibilidad de acceso permanente a la red. Y aquí se plantea una hipótesis muy sugerente: si se dispusiera de solo un día más en Internet; ¿sería posible almacenar la información pertinente para el futuro? ¿Dónde y cómo se almacenaría para su conservación? ¿Se podría recuperar?
Los formatos de almacenamiento evolucionan a una velocidad vertiginosa. Si no se actualizan constantemente los formatos de conservación y reproducción, se corre el riesgo de perder para siempre la información almacenada, puesto que una vez guardada no se podría acceder de nuevo a ella. Con el sistema de almacenamiento de la nube todo es intangible, se ha llegado a la desmaterialización de los soportes.
Esto implica una dependencia mayor de la tecnología, ya que “necesitaremos un aparato de lectura y recogida de señal, energía eléctrica y conexión a Internet.” (Serrano, 2014). Se ha entrado en una dinámica de avances tecnológicos constantes que implican un aprendizaje y un reciclaje incesante por parte de la sociedad; se está ante una tiranía del upgrade (Sibilia, 2006).
Afrontando la inmediatez y la digitalización
La falta de alfabetización en esta materia puede ocasionar problemas al usuario de la comunicación, ya que no solo será víctima de la alteración de su capacidad de percepción, sino que no será consciente de los riesgos de la red, así como de los aspectos negativos relacionados con la preservación de la privacidad digital y la protección de datos de índole personal.
No se debe olvidar que sin educación no puede haber conciencia crítico-analítica, y sin ella no puede haber un “uso responsable”. No es posible pretender mejorar el sistema sin entenderlo y ver más allá de lo práctico, del ahora, de su principal funcionalidad. A pesar de todo lo desarrollado en el presente artículo, no se considera apocalíptica la situación. No se cree que la sociedad esté perdida o que haya caído en una espiral de no retorno. Para evaluar las consecuencias es necesario distanciarse del constante metadiscurso de los beneficios de la sociedad red.
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