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La política, a través de los años, ha tenido grandes cambios y evoluciones que le han permitido adaptarse al estilo de vida moderno. Estos mismos cambios producen diversidad de hechos y eventos de los cuales toda la población debería estar enterada, ya que todas las acciones aquí concebidas conciernen a toda la población de una región específica. Pero hablando de historia, todo parte desde un solo punto, y el siguiente paso evolutivo sucedió en Francia e Inglaterra. La edad de oro del pensamiento político fue la base de la estructura política tal y como la conocemos hoy en día. Veremos en el presente artículo un poco de ello.

Precedentes de la explosión de pensamiento

Tras varios siglos de encorsetamiento filosófico y político, con casi todos los pensadores y los gobernantes subordinados al poder de la iglesia católica en Europa, el Renacimiento fue un soplo de aire fresco. Esa apertura significó mayor desarrollo de las corrientes de ideas civiles, abriendo las puertas a lo que posteriormente vendría en la Ilustración.

Por tanto, se considera que en esta época ilustrada sucedieron la mayor parte de avances en las líneas de pensamiento. Esto con grandes figuras disruptivas en todo el continente, aunque centradas en Inglaterra y Francia. El salto entre las ideas medievales y las ilustradas se produce dentro de un contexto de cambio. Por ejemplo, comienzan a sentirse tensiones en las colonias europeas del continente americano. Lo anterior, hace a los pensadores del momento plantearse preguntas relacionadas con la formación de los estados. Además de la distinción entre ellos, la idea de nación o la necesidad intrínseca de libertad de los pueblos.

El Leviatán de Hobbes

Thomas Hobbes (1588-1679) es reconocido como uno de los primeros pensadores de corriente ilustrada que tuvieron cierta relevancia por sus líneas teóricas. Amante de los clásicos, realiza a lo largo de su vida numerosas traducciones al inglés de textos antiguos. Mientras que filosóficamente abraza el materialismo más puro. En “El Leviatán” (1651), su obra más reconocida, explicita la mayor parte de sus postulados. Partiendo del hecho de que el estado natural del hombre es el de la competición y el enfrentamiento entre personas.

Según Hobbes, cada humano trata de sobrevivir en el mundo, por lo que las barreras morales dejan de existir. Algo que conlleva a un estado de guerra permanente: individuos contra individuos por la búsqueda del bien personal y el beneficio propio. De ahí surge la conocida afirmación “el hombre es un lobo para el hombre”.

Además, el inglés defiende que en este contexto lo único que posee el hombre es su propio ingenio y la fuerza de su cuerpo. Nadie se pondrá de su lado ni le prestará apoyo para conseguir sus propias metas (Branda, 2008). Como derivación de este estado, Hobbes se plantea si el individuo tiene interés en salir de este tipo de situaciones o, por el contrario, si su naturaleza se lo impide.

Así, expone en el capítulo XIV de su obra que en todas las relaciones humanas se suceden diferentes leyes naturales. Las define como: “una regla general dictada por la razón que prohíbe al hombre hacer aquello destructivo para su propia vida o que le impida preservar la misma. Además de omitir aquello con lo que cree que puede preservarla” (Gabriel, 2009).

La naturaleza del gobierno

El pensador enuncia tres leyes naturales: la primera rige la búsqueda y el seguimiento de la paz mientras pueda obtenerse; la segunda, la capacidad de renunciar a sus propios derechos; la tercera, el cumplimiento de los pactos y la aceptación de las consecuencias que se siguen. Sin embargo, si bien explica que la razón ha de imperar para lograr el cumplimiento de estas normas, la acción de las pasiones puede conllevar a la desobediencia y al inicio de conflictos.

En el ámbito del gobierno, el filósofo británico ataca de lleno esta naturaleza humana para plantear que, con tal situación de competición continua y búsqueda del poder, los individuos no pueden regir de forma libre su devenir como sociedad. Esto dado que esto conllevaría a la quiebra de los sistemas. Por ello es necesario un gobernante supremo. Sobre él recae todo el poder (incluido el religioso), un líder magnánimo que dirija el destino del estado.

Así, se erigiría como una personalidad absoluta con un control total de todas las facetas de la vida dentro del país determinado (propiciado por la cesión de derechos y libertades de los ciudadanos), asegurando así su funcionamiento, a la vez que se garantiza el cuidado total del pueblo.

De hecho, para la protección de este máximo soberano, Hobbes deja por escrito varios derechos que ha de tener, por ejemplo, el hecho que una vez se conceda el mandato a dicho líder, el pueblo no podrá cambiar su forma ni repudiar su autoridad; o que el mandatario no podrá recibir castigo alguno por parte de los súbditos, puesto que se encuentra en un nivel superior al del cumplimiento de las leyes morales o cívicas.

La Revolución Francesa como punto de partida

Pese a que las corrientes de pensamiento ilustrado habían sido ampliamente conocidas y divulgadas varias décadas antes del estallido de la Revolución Francesa, la importancia que este suceso tendrá en sí mismo es de gran relevancia.

Lo anterior, por el hecho de ser el punto donde se comienza a eliminar la monarquía absoluta y a plantear que muchas de las teorías promulgadas por autores como Rousseau, Voltaire y Montesquieu, podrían aplicarse dentro de la configuración de un Estado. Estas ideas ilustradas habían logrado traspasar los círculos aristocráticos y llegar a las clases burguesas que ostentaban gran poder económico.

Tuvieron una incidencia fundamental en un tiempo en el que una crisis tanto económica como social asolaba Europa. Los formatos de reinado resultaban tan poco flexibles que no eran capaces de dar solución a los problemas que sufrían sus dominios. Además, era palpable el rechazo de gran parte de la población hacia los privilegios que ostentaban tanto la clase noble como la clerical, por ejemplo: el beneficio de los impuestos que se cobraban del trabajo del resto de la población.

Por ello, en algunos niveles los postulados sobre separación de poderes y de igualdad entre ciudadanos calaron muy hondo, generando verdaderos impulsos de cambio. Por múltiples factores, la Revolución de 1789 fue la punta de lanza para el cambio del paradigma político en todo el continente; no obstante, venía fundamentada por los sucesos en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, el hecho de que ocurriese dentro de Europa supuso una gran ruptura con todos los periodos históricos anteriores.

Además, las corrientes de pensamiento que llevan a este punto serán clave para fundamentar las que lo sucederán, sus preceptos democráticos aún son aplicables en la actualidad.

Francia

Junto con Inglaterra, Francia fue la cuna de las mayores corrientes de pensamiento de la Ilustración, por ello, el calado de las ideas de libertad y progreso acabó empapando la propia Revolución de 1789, llevándose por bandera muchos de los preceptos planteados anteriormente por Rousseau, Montesquieu o Voltaire.

La edad de oro del pensamiento político como base del conocimiento profesional

Esta era fue primordial para el desarrollo de la política y las diferentes profesiones que tienen alguna relación con la misma. De este punto de partida cambio la percepción acerca de la democracia, y con ella el periodismo y el cubrimiento a los eventos que en ella se presentaban. Gran parte del mundo ahora tiene fácil acceso a la información política que sucede a través de las fronteras.

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