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La pregunta por el ‘ser’ de los entes es una pregunta filosófica. Debe entenderse aquí ‘ente’ y ‘ser’ con un significado muy preciso, a saber: ‘ente’ es cualquier cosa que es en algún sentido, es decir, sin mayor especificación (por ejemplo, colores, números, hombres, árboles, etc.); ‘ser’ corresponde a aquello que todos los ‘entes’ tienen en común. Pues bien, la pregunta del problema del cambio en la naturaleza es la siguiente: ¿en qué consiste eso que hace a cualquier ente ser lo que es? ¿Qué es eso que enunciamos con el término ‘ser’? Adviértase que la pregunta no es un por ente en particular, sino que el enfoque es universal en el sentido de buscar lo usual a todos los entes. A la filosofía que se encarga en concreto de resolver esta cuestión (y otras añadidas) se la conoce como ontología.
Los griegos que la iniciaron no la llamaron así, pero dado que ‘on’ significa en griego ‘algo que es’ y ‘logía’ viene del griego lógos que es teoría o doctrina, queda: ontología como el logos o teoría acerca de lo que es. El verbo ‘ser’, tanto en griego antiguo (einai) como en la mayoría de las lenguas indoeuropeas, tiene un significado de la mayor importancia: sirve para atribuir algo a otra cosa, es decir, es un conectivo fundamental para la predicación sin la cual es inviable el lenguaje que enuncia lo que pretende ser verdadero acerca de cualquier ente.
Se tiene, por tanto, que el ‘ser’ común a todos los entes está de algún modo emparentado con la capacidad ínsita en la lengua de atribuir propiedades entre los entes mediante el uso del verbo ‘ser’. La cópula del lenguaje significativo reduplica o imita una “propiedad” de todos los entes. ¿Qué significa esto para la filosofía?.
El problema del cambio en la naturaleza: la pregunta por el ser de las cosas (eînai)
Como se decía, aquel filósofo que primero centró su atención en aquel atributo denominado ‘ser’ fue Parménides de Elea. No es fácil comprender a qué se refería con ello. Para conocer su pensamiento se conocen algunos fragmentos de su Poema, en el cual habla del ‘ser’ como algo continuo, no generable, inmutable, etc., en todos los casos busca señalar que está más allá del cambio y la percepción.
Solo se lo conoce mediante el noûs y una vez conocido ya no hay más objeto para ese noûs que la contemplación abstracta del ‘ser’. Como ha dejado escrito Zeferino González en su primer tomo de Historia de la filosofía: El ser, si existe, decía Parménides, es necesariamente uno, eterno, absolutamente inmutable, y en el concepto de tal excluye y niega la posibilidad de toda generación, de toda producción nueva de otro ser o substancia, de toda pluralidad real.
La razón es porque este ser, que se supone, comenzó a existir, o procede del ser o del no ser; en el primer caso, el ser se engendraría a sí mismo, el ser saldría de sí mismo, lo que es imposible. En el segundo caso, el ser saldría del no ser, lo cual es igualmente absurdo. Si el ser se cambia o transforma en ser, equivale a decir que en realidad no cambia, sino que permanece siendo ser.
Así, pues, no puede haber más que un Ser eterno y absolutamente inmutable, y los cambios, transformaciones y multiplicación de los seres, son meras apariencias a las cuales no responde realidad alguna. Nada puede comenzar de nuevo, ni perecer. El ser (el universo-mundo) es un todo continuo, eterno, indivisible e incapaz de moverse en todo o en parte; porque repugna el vacío, sin el cual no es posible el movimiento (González, I, 147-148).
Solo existe lo que no nace ni perece
La respuesta al todo fluye o deviene de algunos se opuso la teoría contraria, apoyada en la filosofía de Parménides y la escuela de Elea. Según estos, todas las cosas comparten unas con otras, que son algo concreto, que tiene una identidad y que nunca la pierde, por lo tanto, si el cambio implica esa pérdida de identidad, entonces lo que en realidad no es posible de ningún modo es el cambiar mismo. Si una cosa no fuese algo, sino que llegase a ser, entonces cualquier cosa podría llegar a ser cualquier otra cosa, y, por tanto, en realidad nada sería. Ahora bien, que el no-ser (la nada) sea o llegue a ser es imposible, en consecuencia, lo único que es o que llega a ser es lo que es.
Entonces, como lo que es no puede llegar a ser porque ya es, entonces solo es lo que es. ‘Lo que es’ es la naturaleza de cada cosa que es algo. Por consiguiente, únicamente es aquello que de ningún modo puede dejar de ser y, por tanto, que no ha llegado a ser, sino que desde siempre ha sido. Que las cosas poseen una identidad significa que son algo. Si se acepta que no son algo, sino que siempre están llegando a ser, pero nunca son algo fijo, entonces las cosas no tienen identidad.
Si las cosas no tienen identidad, no cabe la atribución de propiedades a las cosas y mucho menos la definición de ninguna cosa. De ahí que la escuela eleática considerase que solo cabe conocimiento en sentido estricto de aquellas cosas que de ningún modo han llegado a ser o pueden llegar a ser algo distinto de lo que ya son.
Solo el pensamiento conoce la realidad (lo mismo es pensar y ser)
Han escrito Kirk, Raven y Schofield que:
«Parménides proclama que, en cualquier investigación, hay dos y solo dos posibilidades lógicamente coherentes, que con excluyentes, que el objeto de la investigación es o que no es. Basándose en la epistemología, rechaza la segunda alternativa por ininteligible. Se dedica, después, a denostar a los mortales corrientes, porque sus creencias demuestran que no escogen entre las dos vías ‘es’ y ‘no es’, sino que siguen ambas sin discriminación.
En la sección final de esta primera parte explora el camino seguro, ‘es’ y prueba, en un tour de forcé sorprendentemente deductivo, que, si algo es, no puede llegar a ser o perecer, cambiar o moverse, ni estar sometido a imperfección alguna. Sus argumentos y conclusiones paradójicas ejercieron una poderosa influencia sobre la filosofía griega posterior; su método y su impacto se han comparado, con razón, con los del cogito de Descartes.
La metafísica y epistemología de Parménides no dejan lugar alguno a cosmologías como las que había modelado sus precursores jonios, ni tampoco a la más mínima creencia en el mundo que nuestros sentidos manifiestan. En la segunda parte del poema (del que subsiste una menor parte), sin embargo, informa de “las opiniones de los mortales, en las que no hay verdadera creencia”. El estado y el motivo de este aserto son oscuros».
(K&R, 322)
Entendimiento y comprensión de la mente humana
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