El inicio de la adolescencia se sitúa aproximadamente hacia los 12 años y termina hacia los 20, aunque el periodo pos adolescente –la llamada adultez emergente– puede dilatarse hasta bien entrada la veintena. En general, el inicio de la adolescencia se vincula a los cambios biológicos de la pubertad, y su final, a los cambios sociales como: la mayoría de edad, la finalización del período educativo formal, la autonomía económica, el establecimiento de un compromiso afectivo formal, etc. Un período tan largo del desarrollo no puede ser homogéneo, por eso está dividido en tres etapas:

  • Adolescencia temprana: abarca de los 10 a los 14 años. Los cambios más notables son la maduración sexual y el inicio del pensamiento formal.
  • Adolescencia intermedia: abarca de los 15 a los 18 años. La creciente autonomía respecto de los padres y la expansión de las relaciones con los iguales son las transformaciones más acusadas, al mismo tiempo, siguen los esfuerzos para ajustarse a los procesos de maduración biológica y los progresos del razonamiento intelectual.
  • Adolescencia tardía: comprende desde los 18 años hasta mediados de la veintena. El logro de la independencia y la autonomía respecto a los padres y la definición de las relaciones de amistad y afectivas siguen siendo cuestiones a las que el individuo dedica grandes dosis de energía.
    Asimismo, irrumpen con fuerza otros temas referidos a su definición como persona que de forma inminente va a desempeñar roles adultos, y que exigen la valoración y elección de compromisos éticos, sociales, afectivos, profesionales, ideológicos, etc. Entre los cambios biológicos, el hito más destacado es la maduración del córtex frontal (relacionado con el control de impulsos y la valoración del riesgo, entre otras funciones) y en los cambios intelectuales, lo más característico es la posibilidad de pensamiento postformal.

El autoconcepto

En lo que se refiere al autoconcepto, la adolescencia se concibe normalmente, como una época tanto de cambio como de consolidación. Hay varias razones para esto. En primer lugar, los importantes cambios físicos traen consigo una alteración en la imagen del cuerpo y, de este modo, en el sentido del yo. En segundo lugar, el crecimiento intelectual durante la adolescencia hace posible un autoconcepto más complejo y perfeccionado.

Por otro lado, parece probable que se produzca cierto desarrollo del autoconcepto como resultado de la independencia emocional creciente y el planteamiento de decisiones fundamentales relacionadas con la ocupación, los valores, el comportamiento sexual, las elecciones de amigos, etc. Por último, es probable que la naturaleza transicional del periodo adolescente y, en particular, los cambios de rol experimentados en esta época estén asociados con algunas modificaciones del autoconcepto.

La manera en que los jóvenes se comprenden y perciben a sí mismos, y su propia actividad y personalidad, tiene un poderoso efecto sobre sus reacciones posteriores a diversos acontecimientos de la vida. El dilema esencial para un joven que desea integrarse plenamente en la sociedad es el que existe entre “desempeñar los roles apropiados” y el “yo”. Por una parte, es importante poder desempeñar los roles correctos en diversos entornos sociales, y seguir las reglas prescritas para esas situaciones. Por otra, es igualmente relevante poder mantener elementos de individualidad o el yo.

La adolescencia es una época en la que el individuo lucha para determinar la naturaleza exacta de su yo y consolidar una serie de elecciones en un todo coherente, que constituya la esencia de su persona, claramente distinta de los padres y otras influencias formativas.

Definición de autoconcepto

El autoconcepto se entiende como la imagen que uno tiene de sí mismo (González Pienda, Núñez, González. Pumariega, García,1997). Es la imagen que hemos creado sobre nosotros mismos. No una imagen solamente visual; se trata más bien del conjunto de ideas que creemos que nos definen. En definitiva, es el conjunto de características (estéticas, físicas, afectivas, etc.) que sirven para definir la imagen del “yo”.

El principal desafío al que se enfrenta el adolescente en su desarrollo personal es definir quién es y quién quiere ser en el mundo de los adultos hacia el que se dirige. Este desafío no es exclusivo de los años adolescentes, pero en ninguna otra etapa resulta más acuciante que en esta. Todos tienen una noción más o menos clara, más o menos estructurada y coherente de quiénes son y de cómo van convirtiéndose en sí mismos.

Tienen un sentido de su propio yo que comienza a formarse en la niñez y no deja de evolucionar durante toda la vida. Sin embargo, es durante los años adolescentes cuando aparecen las preguntas: ¿quién soy?, ¿qué me gusta y qué no?, ¿qué se me da bien hacer y qué no?, ¿cómo me ven los otros? Son cuestiones que están en la base de la búsqueda de una identidad coherente y que vienen propulsadas por los numerosos y rápidos cambios que se presentan entre la pubertad y la vida adulta (VidalAbarca, García y Pérez, 2014).

Factores asociados con el desarrollo del autoconcepto

Hay diversas maneras de conceptualizar el autoconcepto. Se trata de un asunto con una larga historia en psicología, y pueden identificarse una amplia variedad de posiciones teóricas en las publicaciones. La manera más común de perfilar el autoconcepto ha sido describir varias dimensiones de las que se puede decir que constituyen la totalidad del yo. Un buen ejemplo se encuentra en el trabajo de Offer y colaboradores. En el cuestionario que desarrolló, la autoimagen del adolescente se desglosa en cinco áreas globales de funcionamiento psicosocial: yo psicológico, yo sexual, yo social, yo familiar y yo de afrontamiento; y diez escalas:

Facetas del yoEscalas
Yo psicológicoControl de impulsos, salud emocional, imagen corporal.¿Me gusto físicamente? ¿Sé controlarme? ¿Cuáles son mis sentimientos?
Yo sexualSexualidad.¿Quiénes me atraen?
Yo socialFuncionamiento social, Actitudes vocacionales.¿Caigo bien a la gente?
Yo familiarFuncionamiento familiar.¿Qué opino de mis padres y de mi familia?
Yo de afrontamientoIndependencia, Seguridad en sí mismo, Salud mental.¿Soy una persona eficaz para enfrentarme a los retos de la vida? ¿Sé adaptarme?

Para cada una de esas facetas la persona emite un juicio valorativo que determina la estima global que tiene de sí misma, su autoestima. Un enfoque multidimensional alternativo se puede encontrar en el trabajo de Harter (1990). El autor desarrolló un perfil de autopercepción e identificó ocho dominios específicos del autoconcepto: competencia académica, competencia laboral, competencia deportiva, apariencia física, aceptación social, amistad íntima, atracción romántica y comportamiento.

Autoestima

El concepto de autoestima hace referencia a la evaluación global del yo. También se denomina valor propio o autoimagen. Ejemplo, un niño puede entender que no es simplemente una persona, sino una buena persona. Por supuesto, no todos los niños poseen una imagen global positiva de sí mismos. El autoconcepto es la evaluación del yo específica para un área concreta. Los niños pueden evaluarse a sí mismos en diferentes áreas de su vida: en la escuela, en los deportes, en el aspecto físico, etc. En resumen, la autoestima hace referencia a la autoevaluación global, mientras que el autoconcepto se refiere a evaluaciones específicas para un área concreta.

Los investigadores no siempre han diferenciado claramente entre ambos conceptos, llegando a utilizarlos como sinónimos o, en otras ocasiones, no definiéndolos con precisión. Seguidamente, se presentan algunos puntos básicos para distinguir la autoestima del autoconcepto:Uno es cognitivo, el otro es emocional. El autoconcepto es, básicamente, el conjunto de ideas y creencias que constituyen la imagen mental de lo que somos según nosotros mismos.

El estudiante como base de la educación

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