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A lo largo del artículo se desarrollarán los resultados obtenidos de una encuesta realizada a padres, profesores, familiares, vecinos e instituciones sociales sobre las expectativas más loables que esperan de niños y adolescentes. Así mismo, se mostrará el acompañamiento y contención que estos ejercen sobre los menores.
Acompañamiento
Los padres necesitan, como primer motivo de orgullo, conseguir que sus hijos sean suficientemente “felices” y “autónomos” cuando estos tienen menos de 10 años. A partir de esta edad, la “felicidad” y la “autonomía” se convierten en “excitabilidad” e “independencia”. Eso que antes les deleitaba ahora será una fuente de molestias, preocupaciones y frustración porque está resquebrajando la “seguridad y la “confianza”.
La necesidad de encontrar signos de felicidad y autonomía en el niño menor de diez años es bendecida. Mientras tanto, al llegar a la adolescencia, esta felicidad se convierte en “estar como una moto” y la autonomía muta a “hago lo que me da la gana” y “tengo criterios propios para decidir”. A esto se le llama independencia. Es un aspecto que agobia y aterroriza a los padres del siglo XXI, ya que hacia los 14 años las palabras clave en la mayoría de los padres es la “seguridad” y “confianza”. La felicidad e independencia parece que no se llevan muy bien con la seguridad y la confianza.
En estos momentos, la emoción, la seguridad y el concepto de confianza es para los padres sinónimo de poder fiarse de su hijo, saber que sabe cuidarse, que se dedica a aquello que más le conviene para su futuro. Ser “buena persona”, “respetable”, “ser un buen trabajador”, “un buen ciudadano”, “decente”, “que participe en las relaciones sociales”, “con sentido común”, “con valores, ideas y principios con sentido”, son otras de las expectativas que se encontraron en el estudio.
Intervención terapéutica
Al leer todas estas expectativas surge un interrogante: ¿y qué significa eso de ser buen ciudadano, decente o trabajador? Es sabido que hay personas que hacen trabajos catalogados como “decentes” y que realizan todo un guion de transgresión del código penal. ¿Cómo puede el adolescente ser todo esto y además estar bien consigo mismo? Éste es quizás el rompecabezas al que el profesional debe enfrentarse en muchas de las consultas con niños y adolescentes.
Este es el elemento fundamental del acompañamiento. El terapeuta tiene que acompañar a su paciente y a la familia, desde el universo de expectativas que tienen tanto padres hacia hijos como los hijos hacia los padres. Pero, además, teniendo en cuenta la realidad de todos ellos. No acompañar al niño o al adolescente en este primer territorio podría implicar el no tenerlo nunca en consulta con un profesional. Y por otra parte, el no acompañar a los padres produce que no sigan llevando a su hijo a terapia.
Es necesario acompañar al paciente en todos los momentos de la terapia. De esta forma, el paciente sentirá que su terapeuta está presente constantemente. Acompañar no solo con la presencia, también en los momentos de ausencia. Conseguir que, en definitiva, el paciente encuentre esa compañía incondicional que no pudo tener en su pasado.
Contención
El trabajo mencionado anteriormente finaliza con una pregunta dirigida a los padres sobre las necesidades de un niño de diez años (aparte de la alimentación básica, techo y vestimenta). Las tres primeras contestaciones de una lista de diez fueron: amor, comprensión y mente abierta. En ningún caso se mencionó la palabra autoridad o control hasta el puesto número ocho. La institución más íntima en la que el niño participa es la familia (por lo menos hasta ahora). Las lecciones más profundamente instructivas que recibe para su auto-liderazgo provienen justamente de las experiencias que ocurren allí, en la familia.
Cuando en una familia hay un niño de seis años, debe haber alguien claramente a cargo que le haga saber que está acompañado por una autoridad y por una experiencia. Esto le ayuda a reflejarse como un espejo en lo esencial (sentimientos, creencias), aunque posteriormente se pueda realizar de distinta forma la misma esencia (conducta, comportamiento).
Autoridad
Si el niño a estas edades está bajo la tutela de una autoridad, en definitiva, podrá mantener en edades más avanzadas una relación autónoma pero anclada en el objetivo común. La contención es sinónimo de autoridad y de colocar límites, algo que no está muy de moda. La mayoría de los niños, y sobre todo los adolescentes que acuden a la consulta, tienen problemas de contención. Es decir, no pueden respetar la autoridad que tienen delante. Aunque quieran, no pueden. Esto significa que no tienen límites desde la autoridad. La autoridad sana, sin ser un dictador, es necesaria en el quehacer cotidiano de la consulta. Es otro de los elementos que se deben incorporar si se quiere tener éxito en la terapia.
Por estas razones la contención es pieza clave en psicoterapia, ya que no todos los niños tienen la noción de autoridad. Lo malo es que hay muchos padres que no quieren o no pueden ser autoridad. Prefieren ser amigos, compañeros o colegas de sus hijos. Esto es crucial para su educación y su equilibrio como personas.
Relevancia terapéutica
La contención es pieza clave. Limitar la inercia de la patología, así como limitar el desequilibrio o el caos del paciente. La labor del terapeuta está muy cercana al papel del contenedor. Es decir, el terapeuta debe tener la capacidad de contener el sufrimiento, el deseo incestuoso o desadaptado del sujeto. Es cotidiano encontrar en los pacientes deseos socialmente negativos. Estos deseos muchas veces son secundarios a la carencia básica. La rabia, la ira, el odio y otras emociones hostiles propias de sujetos marcados por el rencor y el maltrato, así como la tristeza, la vergüenza, el miedo o la autopunición, son otras expresiones de un autoconcepto negativo.
Todos estos deseos y tendencias deben ser contenidos, encauzados y reestructurados, no para que desaparezcan, ya que son adaptativos, sino para que se puedan canalizar de forma adecuada.
Contener al paciente es una demostración de capacidad por parte del terapeuta. Le ofrece al paciente un control que él, en ese momento no tiene. Además, produce un elemento fundamental en la psicoterapia: la aprobación incondicional. El terapeuta aprueba al paciente con la contención ya que le coloca en un nuevo sendero donde el caos termina siendo orden, y la activación culmina en motivación y dinamismo.
Escolta
No se pretende comparar la psicopatología ni el tratamiento con psicoterapia de los trastornos mentales con la educación en la vida cotidiana. Tampoco resaltar lo difícil de esta tarea para padres y tutores. No obstante, sí se pretende dejar muy claro, desde un principio, que la mayoría de los trastornos psíquicos en la infancia y la adolescencia son consecuencia de las carencias afectivas que los pacientes han tenido con sus personajes referenciales básicos.
La trama psíquica del niño es el terreno donde sucederán los acontecimientos que constituyen la enfermedad. Terreno difícil por lo cambiante de las estructuras que aparecen y que se disipan con facilidad. El niño aprende a vivir aprendiendo de sus errores y de sus aciertos. La psicopatología del niño y del adolescente solamente puede ser entendida con plenitud desde esta visión integral y evolutiva. Las raíces de la psicopatología infantil nacen y crecen en un terreno móvil: la personalidad en desarrollo del niño. Por esta razón es tan importante conocer el tipo de organización que se va configurando, el “cómo” de la constitución del yo y el estilo de la configuración del aparato mental.
Relación paciente-terapeuta
Este proceso, en la práctica terapéutica, se traduce en toda una escenificación de situaciones que representan de forma directa o simbólica la cadena de acontecimientos biopsicosociales que determinaron la carencia básica del sujeto. Posteriormente, la manera de realizar el deseo al cual está fijado. Por todo esto, se entiende que el vínculo singular paciente-terapeuta es el verdadero motor del cambio terapéutico.
En la relación terapeuta-paciente, lo más importante es el establecimiento de un vínculo en el que se pueda realizar el deseo al cual el paciente se encuentra fijado. Para eso, el vínculo terapéutico debe estar fundado en el respeto y la confianza total. Si se siguen las acepciones de respetar, se encontrará que respetar es “mirar por segunda vez”. Eso es, precisamente, lo que tiene que conseguir el terapeuta: mirar por segunda vez.
De esta forma, al mirar al paciente, este se sentirá admirado por una persona referencial para él como es el terapeuta. Por lo tanto, podrá conseguir su propia admiración. Además es mucho lo que se obtiene con esta admiración por segunda vez, ya que de una forma implícita se le da a entender al paciente que realmente tiene nuevas oportunidades. Es decir, que aunque en tiempos pasados no tuviese una adaptación con su entorno y con él mismo, en este momento lo puede lograr en respuesta de la visión en espejo de la imagen que de sí mismo tiene su terapeuta.
Elementos clave en la anamnesis
Una vez establecido el vínculo terapéutico, el terapeuta debe analizar una serie de elementos claves en la anamnesis del sujeto para conseguir el cambio terapéutico. De todos los elementos comunes en todos los pacientes, los más significativos son:
- Necesidades o deseos carenciales a los que el sujeto está fijado. Conflictos básicos que se desprenden de esta relación carencial con la realidad psicológica o simbólica del sujeto. Incapacidad de representación ideativa del deseo realizado. Impregnación en su autoconcepto de la imposibilidad o incapacidad de realizar el/los deseo/s carencial/es a los cuales está fijado.
- Manifestaciones de expresión de esta relación carencial. Estas expresiones pueden observarse en distintos planos:
- Expresión emocional (capacidad para identificar, canalizar y expresar la/s emoción/es secundaria/s al/ al conflicto/os básico/os).
- Dirección motivacional (inercia intrínseca al conflicto, que traslada al sujeto a posiciones más o menos negativas para su adaptación).
- Carácter (esqueleto mental, rasgos que le identifican como individuo, personalidad, entre otros).
- Ideación cognitiva (forma de representar la realidad, representación simbólica de su existir).
- Conducta (comportamiento adaptado o desadaptado).
- Relaciones Interpersonales (capacidad de mantener vínculos sanos con el/los otro/os).
- Psicosomática (expresión somática de su/s conflicto/s básico/s).
- Corporal (espacio físico que ocupa, morbilidad corporal). Referencias aprendidas en el micro, meso y macrocontexto. Adherencia del deseo al que está fijado en cada uno de estos contextos o distintas personas referenciales básicas que el paciente ha tenido en su existir.
Comportamiento Infantojuvenil
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