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La mera existencia de la norma no alcanza para definir la idea de normalidad. Por ende, los filósofos deben reflexionar y comprender de qué manera y con qué herramientas se hace posible llevar a cabo la investigación de este concepto. Si ellos logran desarrollar de manera autónoma elementos de análisis que permitan ser aplicados a los conceptos de biopolítica y biopoder, entonces podrán acercarse a los múltiples dispositivos de control social que juega con nuestra vaga idea de normalidad.
Saber y poder
No todo saber se construye desde el poder, pero todo poder construye y busca instalar un ‘saber’. El poder real se despliega en su comunidad mediante la construcción de una determinada forma de valoración. Lo anterior siempre implica una manera de comprender la realidad o, dicho de otro modo, el poder real se consolida en la construcción de un modo de vida. Las herramientas con las que se lleva a cabo dicha construcción son los discursos acerca de lo que es la realidad frente a los meros relatos o a la simple ideología; de lo que es la objetividad frente a las opiniones y los subjetivismos, de lo que es el conocimiento científico frente a la opinión.
En definitiva, el poder real instala un discurso hegemónico sobre lo que es la verdad y la realidad, el cual se materializa a través de los medios de comunicación masivos y el conjunto de los dispositivos del poder propios de cada comunidad. En la modernidad, y particularmente en el siglo XVIII los conceptos de saber y poder se vinculan de una manera particular dado el enorme desarrollo de las ciencias por una parte y el poderoso discurso sobre la racionalidad. Esto representa la formación de un nuevo modo de pensamiento y de discurso al que cada individuo deberá someterse a fin de constituirse como racional y como parte de la civilización.
Discurso hegemónico y dominante
Como se ha mencionado, el control de la población y de los individuos se da en la dimensión del saber. De un saber que se presenta bajo la forma de la verdad objetiva, de una representación correcta o de una manera lógica de comprender la realidad. La investigación que lleva a cabo Foucault parte del análisis de las prácticas discursivas. Es decir, de aquellos “enunciados en el fondo de una epísteme. La base que distribuye su saber, las leyes de construcción de sus objetos y su modo de dispersión”. Es decir, la constitución de un paradigma.
El concepto de ‘hegemonía’ fue trabajado de manera bien específica en la tradición marxista, por el filósofo, periodista y politólogo italiano Antonio Gramsci. Él lo define como la institución en la comunidad de una dirección política, intelectual y moral. De acuerdo a lo que señala Giacaglia, cabe distinguir en esta definición dos aspectos:
- El más propiamente político, que consiste en la capacidad que tiene una clase dominante de articular con sus intereses los de otros grupos. Así se convierte en el elemento rector de una voluntad colectiva.
- Aspecto de dirección intelectual y moral, que indica las condiciones ideológicas que deben ser cumplidas para que sea posible la constitución de dicha voluntad colectiva.
Lo disidente
En el marco de las nuevas y no tan nuevas formas de dominación y de control social operado por la instauración de una determinada ideología, la disidencia es percibida, discriminada y separada del espacio de lo público y de lo normal. Es desplazada a la marginalidad, al no-lugar en el que habita lo raro y lo incomprensible. Canguilhem, al igual que Foucault, sostenía que la normalidad se construye fundamentalmente desde la medicina en base a la dicotomía ‘salud enfermedad’. También desde la pedagogía en base a la dicotomía ‘normal-diferente’.
Foucault observa en el concepto de normalidad. Ya no solo valora su dimensión social e histórica, sino ahora también su dimensión política. Es decir, el esfuerzo por dar una forma específica a las relaciones de poder en el seno de una comunidad. La norma opera como criterio y como sistema de control de las discontinuidades y de la diversidad. La norma es para Foucault “un elemento desde donde es posible fundar o legitimar un ejercicio de poder que se arroga la facultad de calificar y de corregir”. El sostenimiento de este sistema desde el siglo XVIII condujo inevitablemente a todas las formas hoy conocidas de prevención y control que rigen en las sociedades de consumo.
La biopolítica
El auge de los mecanismos sutiles y no tan sutiles de control que operan, actualmente hacen de la sociedad un sistema normalizador. El control no solo se ejerce a través del espacio puramente ideológico, sino que se extiende también a otros espacios que son susceptibles de normalización. Nace como lo que Foucault denomina la biopolítica.
Como bien lo expresa Gil, en el nuevo orden burgués el control se establecería de forma paralela a como ocurre con las disciplinas. Pero, en este caso, el objeto de estudio y dominación no sería ya el individuo, sino la población en su conjunto, la especie, la vida. Natalidad, mortalidad, demografía, enfermedad, salud e higiene públicas y demás problemas colectivos, pasan a ser una cuestión primordial para la biopolítica.
Siempre que operan mecanismos de control, de prevención y de normalización, el objetivo se revela en los mismos términos del dominio del individuo, una vez que se han dañado las relaciones sociales que lo sostenían. El control de la conciencia, es decir, de las personas, es reforzado con el control del cuerpo. Se da con el fin de obtener de este el máximo provecho. Se orienta hacia la producción de bienes y servicios, pero manteniendo a la vez la docilidad y la sumisión.
La biopolítica es un instrumento de la sociedad capitalista moderna. Le importa lo biológico, lo somático y lo corporal. El cuerpo es una entidad biopolítica en la que la medicina se revela como una estrategia política.
Control social
El control social en la sociedad moderna, como se ha visto, ya no necesita de la fuerza y la represión. Ahora se ejerce mediante los dispositivos de control que operan en el nivel de la conciencia o la comprensión de los individuos. El poder ya no se representa como emanando de un individuo que ejerce un control externo a aquellos sobre los que opera, sino como la constitución de determinadas identidades que se definen en una relación. El orden político y social es, sin lugar a dudas, la expresión del dominio hegemónico que da lugar a cierta relación entre los grupos sociales. Las relaciones de poder se tornan expresiones constitutivas del espacio social. Sin embargo, no son relaciones fijas y estables, sino que se modifican en la misma dinámica de su constitución.
Caracter social de la percepción
Percepción y conceptos
La percepción, como bien enseñó Kant, es un ejercicio de las propias competencias conceptuales. Se sabe que los conceptos inundan la vida. En lo que se percibe, se piensa. Tanto en las decisiones y también en las acciones, los conceptos resultan determinantes. Nada de eso tendría contenido si no fuera por los conceptos. Cuando se habla aquí de conceptos, no se hace ni de palabras ni tampoco de algún tipo misterioso de entidades.
Las competencias conceptuales que ejerce un individuo se exhiben en sus prácticas, tal como la lengua que habla, las acciones que realiza, aquello que piensa y aquello que está en condiciones de percibir. Los conceptos están implícitos en las prácticas que las personas llevan a cabo. Es en base a esos conceptos que moldean su vida. La manera como se educan define los recursos conceptuales que disponen para llevar a cabo las prácticas. Por tanto, su educación condiciona fuertemente su vida en tanto les impone una cierta matriz cultural y epistémica en la que transitarán su cotidianeidad de manera tan natural como sucede con la lengua nativa.
Formateo social
La percepción está condicionada por las competencias conceptuales. En tanto se interactúa desde los primeros años de la vida en espacios educativos como la familia, la escuela, los clubes, los hospitales, los templos y demás instituciones, se va asumiendo, casi de manera imperceptible, una cierta condición. El tránsito por los diferentes espacios de interacción define prácticas y formas de conceptualización que dan vida a un espectro o rango de experiencias reservadas para la condición de miembros de una cierta comunidad.
Desnaturalizar lo natural
Lo ‘natural’ es histórico, pero también político. Lo natural es instrumento de dominación. Se ha visto de qué manera los mecanismos de control y de normalización intervienen en la esfera de lo público. Llegan a configurar no solo las conciencias colectivas, sino también se extienden al ámbito de lo privado y de la propia intimidad. La salud y la educación son los espacios en los que más evidentemente operan los mecanismos de normalización y de control de la vida de las personas. Tienen la idea de constituir un ideal de sujeto, una nueva subjetividad.
Se pregunta entonces si la investigación arqueológica, como la que emprende Foucault, puede constituirse en una herramienta política de crítica reflexiva. También s puede aplicarse a los fines de la deconstrucción de un bloque histórico. Es decir, la destitución de una cierta conformación ideológica. Entonces se responde de modo afirmativo. La lucha se da fundamentalmente en el campo de lo simbólico. La tarea, como la de muchos otros, es la de revelar el carácter no-natural de la naturaleza. Pone de manifiesto que el lugar en el que se ocultan los mecanismos de dominación finalmente es el menos pensado, está en uno mismo.
Cuestiones filosóficas
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