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La inmunonutrición es uno de los pilares básicos para mantener la salud. Esto se debe a que la ingesta de alimentos debe cubrir las necesidades energéticas y estructurales del individuo. Sin embargo, los alimentos tienen diferente contenido en nutrientes. Por ello hay que conseguir un equilibrio entre lo que se ingiere y lo que se gasta evitando así la malnutrición o la obesidad; (10-15% de proteínas, 55% de hidratos de carbono y de 30-35% en grasas (saturadas menos del 10%, monoinsaturadas entre 15-20%, poliinsaturadas menos del 10% y colesterol menos de 300 mg, aproximadamente al día).

Es obvio que todos los nutrientes, en la proporción adecuada, son necesarios para mantener el buen estado funcional del organismo. Resulta muy simplista aumentar excesivamente la ingesta de un determinado nutriente por muchos beneficios que aporte, ya que perjudica el equilibrio de los otros. También hay estudios en los que se ensalzan las virtudes de un determinado nutriente y se menosprecian otros.

No hay que olvidar tampoco que muchos de los estudios que demuestran la valía de determinados nutrientes están realizados en poblaciones animales. A estos se les suplementa hasta un 5% más; lo que se traduce en que el resultado obtenido no es exactamente equivalente en la población humana. Actualmente se acepta que el sistema inmunitario no está aislado del resto de sistemas que componen el organismo.

No solo sirve para defenderse de lo extraño, sino que está muy implicado en la regulación del sistema endocrino y neuronal (eje inmuno-neuroendocrino). Esto a través de las citocinas, los neuropéptidos y las hormonas. Las células que componen estos sistemas tienen receptores para las tres familias de mensajeros. Obviamente, la carencia o el exceso de cualquier nutriente que afecte directamente o indirectamente a alguno de ellos, repercute en los otros dos.

Metabolismo de los aminoácidos y el sistema inmunitario

Las proteínas son imprescindibles en la dieta y su valor depende de su contenido en aminoácidos esenciales y de su digestibilidad. El metabolismo de los aminoácidos juega un papel importante en la funcionalidad mediadora de los sistemas inmune innato y adaptativo. En la inmunidad innata, los aminoácidos glutamina y arginina son claves para la síntesis de citoquinas y de óxido nítrico por los macrófagos.

La arginina también es la responsable del cambio de la polarización del macrófago inflamatorio (M1) a macrófago antiinflamatorio (M2). Este se produce en la segunda etapa de la respuesta inmunitaria. Estos dos aminoácidos, glutamina y arginina, también son necesarios en la respuesta inmunitaria específica, ya que potencian la proliferación y la síntesis de citocinas por parte de los linfocitos T lo que favorece una correcta respuesta inmunitaria.

El triptófano también participa en la proliferación de los linfocitos T. Se conoce que la falta de este aminoácido puede conducir a un mayor número de infecciones y tumores, o incluso inhibir la actividad de los macrófagos, por lo su ingesta es absolutamente necesaria en las concentraciones adecuadas.

Ácidos grasos y el sistema inmunitario

Hay que hacer mención especial a la ingestión de grasas. Frecuentemente se tiende a asociar a las grasas con dietas poco saludables. Sin embargo hay que tener claro que las grasas son imprescindibles para el correcto funcionamiento de las células en general y las del sistema inmunitario en particular, ya que son la fuente de ácidos grasos. La dieta humana contiene una gran variedad de ácidos grasos.

Las grasas de origen animal son particularmente ricas en ácidos grasos saturados, el aceite de oliva destaca por su contenido en ácidos grasos monoinsaturados (con un doble enlace) y tanto otros aceites vegetales (soja, girasol, colza, linaza) como la grasa del pescado son ricos en ácidos grasos poliinsaturados (dos o más dobles enlaces). Los PUFA (ácidos grasos poliinsaturados) son importantes reguladores de las funciones celulares en relación con la inflamación y la inmunidad.

Sin embargo las células de mamífero (humanas) no pueden sintetizar de novo los ácidos grasos esenciales, linoleico (18:2, γ-6 o n-6) y α-linolénico (18:3, Ώ-3 o n-3) por lo que imprescindiblemente hay que adquirirlos a través de la dieta. Una vez ingeridos pueden transformarse en derivados de cadena más larga y más insaturada como es el araquidónico (AA) (20:4, Ώ-6 o n-6).

En general los PUFA n-6 estimulan la función inmune y los PUFA n-3 la inhiben. Los ácidos grasos forman parte de las membranas celulares, y son esenciales para el mantenimiento de su fluidez y funcionalidad. Quizá la característica más importante de la membrana celular sea su fluidez. Las membranas no son barreras estancas sino que sus componentes no están fijos manteniéndose en un movimiento perfecto. Se ha demostrado que alterando la composición de la membrana plasmática de las células inmunitarias se alteran sus funciones en todas sus facetas.

Otros componentes nutricionales

El denostado colesterol es otro componente que participa en la regulación de la fluidez de la membrana evitando que esta sea demasiado fluida o impidiendo el aumento de la viscosidad cuando aumenta la temperatura corporal en la inflamación o en las infecciones. En la presentación antigénica se activan los linfocitos T a través de sus receptores antigénicos TCR y las HLA.

La fluidez de las membranas también es clave en este proceso, ya que facilita que las superficies de la célula presentadora de antígeno y la del linfocito T se aplanen facilitando la actividad de las proteínas coestimuladoras y la estabilidad celular durante el reconocimiento del antígeno. Por otra parte, el AA es también un activador directo de la función de las células NK, ya que estas células lo liberan al medio para producir citotoxidad en la célula diana, con acción directa sobre las células infectadas y tumorales.

Es interesante destacar que la proporción y composición de los lípidos en las células humanas varía dependiendo del tipo celular. Por ejemplo, los linfocitos T, los linfocitos B y los monocitos tienen un alto contenido en n-6 (6-10% de ácido γ-linoleico, 1-2% ácido dihomo-γ-linolénico y 15-25% de AA). En contraste el contenido en n-3 es muy bajo, prácticamente en trazas como el ácido α-linolénico y sus derivados EPA y DHA (ácido docosapentaneonico).

Cuando se aumenta la ingesta de aceite de pescado aumenta la proporción de EPA y DHA en las células del sistema inmunitario (linfocitos T y B, monocitos y neutrófilos), disminuyendo la proporción n-6/n-3 hasta un mínimo aproximadamente a las 4 semanas de la ingesta sostenida. Sin embargo, el incremento de la proporción de los ácidos grasos poliinsaturados aumenta el riesgo de la oxidación lipídica por lo que hay que es conveniente incrementar el aporte de antioxidantes como la vitamina E.

El funcionamiento de los ácidos grasos

Los ácidos grasos poliinsaturados, sobre todo los de cadena más larga, cuando se administran como suplemento a los niños de corta edad, aumentan significativamente la proporción de linfocitos CD4+, bajan los linfocitos CD4+ inmaduros y aumentan la citocina antiinflamatoria IL-10 y la linfoproliferativa IL-2. Esto está relacionado con el hecho de que la malnutrición persistente atrofia el epitelio del timo donde maduran los linfocitos T.

En los estados de anorexia, los individuos tienen alterados la proporción de linfocitos CD4+/CD8+, ya que disminuye significativamente el número de linfocitos CD4+ maduros, lo que repercute en la respuesta inmunitaria. El AA constituye uno de los nexos más importantes entre los ácidos grasos, la inflamación y la función inmune. Los derivados de este ácido graso están en un continuo equilibro entre acciones positivas y negativas en el control de la función inmune, por lo que las dietas ricas o pobres en ácidos grasos esenciales poliinsaturados linoleicos y α-linolénico pueden llegar a modificarla.

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