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Uno de los pilares básicos para mantener una buena salud en la inmunonutrición es que la ingesta de alimentos cubra las necesidades energéticas y estructurales del individuo. Sin embargo, todas las comidas tienen diferentes contenidos de nutrientes y por ello hay que conseguir un equilibrio entre lo que se ingiere y lo que se gasta. Gracias a esto es que se evitan problemas como la malnutrición u obesidad.

Es obvio que todos los nutrientes, en la proporción adecuada, son necesarios para mantener el buen estado funcional del organismo. Resulta muy simplista aumentar excesivamente la ingesta de un determinado nutriente por muchos beneficios que aporte. Esto se debe a que perjudica el equilibrio de los otros. También hay estudios en los que se ensalzan las virtudes de un determinado nutriente y se menosprecian otros. No hay que olvidar tampoco que muchos de los estudios que demuestran la valía de determinados nutrientes están realizados en poblaciones animales a los que se les suplementa hasta un 5% más. Lo anterior se traduce en que el resultado obtenido no es exactamente equivalente en la población humana.

Actualmente se acepta que el sistema inmunitario no está aislado del resto de sistemas que componen el organismo. No sólo sirve para defenderse de lo extraño, sino que está muy implicado en la regulación del sistema endocrino y neuronal (eje inmuno-neuro-endocrino) a través de las citocinas, los neuropéptidos y las hormonas. Las células que componen estos sistemas tienen receptores para las tres familias de mensajeros. Obviamente, la carencia o el exceso de cualquier nutriente que afecte directa o indirectamente a alguno de ellos, repercute en los otros dos.

Metabolismo de los aminoácidos

Las proteínas son imprescindibles en la dieta y su valor depende de su contenido en aminoácidos esenciales y de su digestibilidad. El metabolismo de los aminoácidos juega un papel importante en la funcionalidad mediadora de los sistemas inmune innato y adaptativo. En la inmunidad innata, los aminoácidos glutamina y arginina son claves para la síntesis de citoquinas y de óxido nítrico por los macrófagos. La arginina también es la responsable del cambio de la polarización del macrófago inflamatorio (M1) a macrófago antiinflamatorio (M2) que se produce en la segunda etapa de la respuesta inmunitaria.

Estos dos aminoácidos, glutamina y arginina, también son necesarios en la respuesta inmunitaria específica. Potencian la proliferación y la síntesis de citocinas por parte de los linfocitos T, lo que favorece una correcta respuesta inmunitaria. El triptófano también participa en la proliferación de los linfocitos T. Se conoce que la falta de este aminoácido puede conducir a un mayor número de infecciones y tumores, o incluso inhibir la actividad de los macrófagos. Por ende su ingesta es absolutamente necesaria en las concentraciones adecuadas.

Ácidos grasos

Hay que hacer mención especial a la ingestión de grasas. Frecuentemente se tiende a asociar a las grasas con dietas poco saludables. Sin embargo hay que tener claro que las grasas son imprescindibles para el correcto funcionamiento de las células en general y las del sistema inmunitario en particular, ya que son la fuente de ácidos grasos.

La dieta humana contiene una gran variedad de ácidos grasos. Las grasas de origen animal son particularmente ricas en ácidos grasos saturados. El aceite de oliva destaca por su contenido en ácidos grasos monoinsaturados (con un doble enlace). Otros aceites vegetales (soja, girasol, colza, linaza) como la grasa del pescado son ricos en ácidos grasos poliinsaturados (dos o más dobles enlaces).

Los ácidos grasos forman parte de las membranas celulares, y son esenciales para el mantenimiento de su fluidez y funcionalidad. Quizá la característica más importante de la membrana celular sea su fluidez. Las membranas no son barreras estancas sino que sus componentes no están fijos, manteniéndose en un movimiento perfecto. Se ha demostrado que alterando la composición de la membrana plasmática de las células inmunitarias se alteran sus funciones en todas sus facetas. La fluidez facilita, por ejemplo, la función fagocítica de los monocitos/macrófagos lo que aumenta la protección frente a las infecciones.

Microbiota

Los primeros meses de vida son cruciales para el desarrollo conjunto del sistema inmunitario. La microbiota presente en las mucosas y la piel se desarrolla a través de un equilibrio dinámico que favorece el desarrollo inmunológico, metabólico y cognitivo del individuo. Las bacterias no solo producen péptidos antimicrobianos (bactericidas), producen además ácidos grasos de cadena corta, vitaminas y neurotransmisores, entre otras sustancias.

Se sabe que el estrés producido en la niñez afecta al contenido microbiano del intestino, alterando permanentemente el funcionamiento del sistema inmunitario del individuo. Por otro lado, las endorfinas y encefalinas aumentan la motilidad intestinal influyendo en la calidad de la microbiota y repercutiendo en la defensa inmunitaria de las mucosas. Además, cada vez hay más datos que indican que la calidad de la microbiota prenatal (madre) y de la del recién nacido son cruciales para el desarrollo del sistema inmunitario innato. Se da como consecuencia de la inmunidad específica de la persona.

La transmisión de la microbiota materna al recién nacido se denomina a nivel inmunológico “educación inmunitaria”. En ese periodo de tiempo, el sistema inmunitario del recién nacido tiene que aprender a distinguir lo propio de lo ajeno, estableciendo a su vez conexiones con los otros sistemas del organismo.

Actualmente está disminuyendo la transmisión vertical de microorganismos madre-recién nacido debido al aumento de los nacimientos por cesáreas y al uso de leches maternizadas. Las leches maternizadas están muy conseguidas a nivel nutricional para el desarrollo estructural del niño, pero adolecen de las células inmunitarias y la flora bacteriana materna.

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