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¿Puede un maestro enseñar lo que ignora? En un libro desafiante titulado El Maestro Ignorante, el filósofo francés Ranciere pone en cuestión uno de los principios de la pedagogía: la convicción de que la enseñanza consiste en remediar una carencia de comprensión del alumno, mediante el dominio comprensivo del maestro.
El maestro ignorante fue el método utilizado en sus comienzos para aprender idiomas, rápidamente se extendió a otros saberes. Lo que nos interesa presentar aquí es la recepción que este método del maestro ignorante ha tenido en la filosofía, en particular en América Latina, y los aportes más significativos de dicho método a la enseñanza de la filosofía.
Una tarea conjunta
Enseñar a otro implica plantearle un desafío, mostrarle que solamente podrá resolverlo si asume una actitud de interrogación frente aquello que le es extraño. Construir una relación de intercambio, una conversación, en donde la interrogación y las razones sean parte de una construcción entre pares, y no algo que se articula a partir del saber de uno y la carencia de otro.
Evitar la transmisión
Reflexionar en torno al concepto de enseñanza como transmisión, fuera de los límites de la mera reproducción, significa abandonar la idea de transmisión como transmisión de conocimiento. Es abandonar, como bien señala Ranciere, la idea de maestro explicador.
Para el maestro explicador, la explicación se transforma en la herramienta central de la relación pedagógica estructurada verticalmente, a partir de la idea de que hay alguien que sabe y otro no.
Repensar la escuela
Concebir la igualdad como punto de partida, y no de llegada, pone en discusión y revisa los cimientos que le dieron sustento a las prácticas educativas de la modernidad y a la escuela como institución encargada de garantizar el proyecto Iluminista de emancipación.
Como sostiene Cerletti, la enseñanza pensada en términos de explicación cumple una tarea regulativa. Así, divide el mundo en dos, separa los que saben de los que no, los que explican de los que escuchan. Esto no solo marca una relación con el saber, con aquello que se sabe y con lo que se ignora, sino que instala una relación de subordinación.
Repensar la escuela como espacio de formación, y no meramente como un lugar de transmisión y de facilitación del aprendizaje, significa repensar la racionalidad pedagógica, en términos de una racionalidad práctica capaz de reflexionar sobre los fines educativos, y no solos sobre los medios.
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