A lo largo de la historia, en cada una de las distintas civilizaciones se ha identificado y se ha señalado a distintas personas que han sido capaces de inspirar y guiar a grupos de personas, influyendo en estos para lograr un propósito que todos pretendían lograr. Tal y como desarrolla nuestro equipo docente en el Máster MBA que ofrecemos en TECH, este tipo de personas han sido y son reconocidos como modelos de referencia y como líderes.

El concepto de liderazgo se fundamenta, en general, a partir de la capacidad que tiene un ser humano de influir positivamente en otros seres humanos para lograr una finalidad, cualquiera que sea. En este marco conceptual, un breve análisis histórico permitiría relacionar las actividades desarrolladas por esas personas que han influido en el desarrollo de la humanidad, con sus cualidades, capacidades y habilidades.

En efecto, el término de liderazgo ha ido asimismo evolucionando a lo largo del tiempo, de igual forma que las sociedades se han ido transformando. No obstante, conforme con lo anterior, el término ha ido cambiando a lo largo de la historia, a medida que las sociedades se han ido transformando y, con ellas, han ido cambiando los parámetros sociales por medio de las cuales se interpreta el concepto de liderazgo. De hecho, el concepto de liderazgo aún sigue evolucionando en la actualidad.

Así por ejemplo, siguiendo al profesor Javier Fernández Aguado, todos los tiempos han sido complejos, si bien la gran diferencia en el momento presente es que, se es más conscientes de la fragilidad y los seres humanos se obsesionan en buscar entornos de certidumbre para buscar un futuro inalterable que les facilite tomar decisiones, sin darse cuenta que sólo desde la humildad se consigue un liderazgo capaz de adoptar decisiones consistentes que permitan a cualquier persona liderar, con más motivo si esta tiene responsabilidades.

El concepto de líder posee una gran antiguedad. Ya en la Roma clásica se prestaba especialmente importancia al concepto de liderazgo vinculado a la responsabilidad y a la toma de decisiones. Para ellos, el liderazgo era una habilidad conformada por los siguientes componentes:

  •  Potestas, o poder de una persona que alcanzaba por su rango, el poder político capaz de imponer decisiones mediante la coacción y la fuerza.
  • Auctoritas, un poder moral, basado en el reconocimiento o prestigio de una persona, esto es el reconocimiento que una persona genera con independencia del puesto que ocupe.

Ambas conformaban dos de las tres maneras distintas de interpretar el poder, junto al imperium, que se identificaba como el poder absoluto propio de quienes tenían en Roma capacidad de mando. En los dos primeros conceptos (la potestas y la auctoritas), descansaba en el equilibrio del Estado Romano. En lo que respecta a la identificación del término del liderazgo a partir de la estructura de poder que existía en la Roma clásica, la auctoritas hace referencia a un poder no vinculante pero socialmente reconocido. Era básicamente propiedad de los miembros del Senado y de los juristas, aquellos estudiosos o “sapientes” del Derecho, que debido a su capacidad y reputación eran requeridos para interpretarlo. Tenían la capacidad moral para emitir una opinión cualificada sobre un asunto. Aunque hay que aclarar que esa decisión no era vinculante legalmente, ni podía ser impuesta, por lo que cuando alguien era investido de auctoritas, era obedecido, no porque pudiera imponer sus decisiones, sino porque, en teoría, sus decisiones eran sabias y justas. Por el contrario, la potestas era propia de los magistrados, nombrados y dependientes de la autoridad estatal, esto es, del poder establecido. En este caso sus decisiones eran obligatorias, siendo impuestas no a través de su bondad o corrección, como en el caso de los juristas auctoritas, sino porque así lo decía la Ley.

En la Roma clásica era frecuente que los potestas recurrieran a los jurisconsultos, o auctoritas, a fin de interpretar los pasajes oscuros de la ley. Así se producía un equilibrio simbiótico entre ambos poderes asentado en la necesidad y beneficio mutuo. Mientras unos conseguían la opinión de un experto y así dictaban resoluciones con apego a la justicia, otros obtenían la oportunidad de conocer en la práctica casos reales a los que aplicar las fórmulas que en teoría desarrollaban. Como síntesis a la manera en que descansaba el equilibrio del Estado Romano, todo se simplifica identificando la ley en la Potestas, basada en un poder que no se cuestiona, que se tiene y que se ejerce, mientras que la Auctoritas se identificaba como un poder que no concede la ley, pero que en cambio se gana demostrando a los demás, a través de la experiencia, que se es digno de respeto.

A partir de ese marco conceptual antecedido por la diferencia entre “potestas” y “auctoritas”, que se basa en que la primera se otorga y la segunda hay que ganársela, es fácil entender cómo en el contexto de la dirección de empresas  actual un empresario, un directivo y/o un jefe, tendrán capacidad de liderazgo no sólo porque sus subordinados sepan que ellos toman las decisiones, sino porque además les consideran y les respetan como tales. Para ello, es indispensable que los líderes sean capaces de demostrar a diario determinadas habilidades, no con la finalidad de ser identificados como omniscientes, sino con el objetivo de que a través de esas habilidades se identifiquen las destrezas que estos tienen, de manera que las decisiones adoptadas sean siempre las más adecuadas y oportunas en cada momento.

Entre estas habilidades, saber delegar se convierte cada vez más en una piedra angular para liderar en un contexto como el actual, en el que los entornos de trabajo son cada vez más multidisciplinares, sujetos a cambios imprevistos, a entornos de inmediatez y a una exigencia cada vez mayor de orientación a resultados.

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