El nuevo modelo educativo se basa en la incorporación de la tecnología, de forma que exista una relación de creación y “consumo” de información por parte del alumnado, todo ello basado en las nuevas tecnologías. Si bien con anterioridad los sentidos más empleados en clase eran los oídos, al aprender aquello que el profesor contaba, con el tiempo se ha ido ampliando la vista, mediante los esquemas y ejemplos que dibujaba en la pizarra o proyectaba con transparencias de acetona.

Por tanto, la tecnología está cambiando el modo en que los docentes se relacionan con sus alumnos, aunque todo ello debe de ir supervisado y orientado por parte del profesorado, buscando optimizar los procesos para que dichos avances supongan una mejora en el proceso de aprendizaje, ya que ese es el objetivo último de los centros de formación, conseguir que con o sin tecnología el estudiante adquiera conocimientos, formas de hacer y de ser que con anterioridad no disponía, dándose mayores posibilidades a la hora de la incorporación al mercado de trabajo, en el caso de que sea ese el objetivo de los estudios que se realiza.

Con ello, al igual que pasaba con la clase invertida, el papel del docente cambia, ya no se trata de la persona que ha de dar la clase y, con ello, transmitir el conocimiento, sino más bien se trata de alguien que lo gestiona, en el sentido de establecer las pautas, lo guía y supervisa, para que en muchos casos lo genere y “descubra” el propio alumno.

  • Una capacidad sensitiva con la que percibir el mundo exterior.
  • Un procesamiento, aunque sea básico de la información sensitiva que va a provocar una respuesta.
  • Un sistema de almacenamiento de información, en donde se recojan tanto información sensitiva como la respuesta y sus consecuencias.

Es precisamente en este punto de retroinformación sobre la respuesta donde se empieza a delimitar el proceso de aprendizaje, el cual permite ir optimizando la forma de atender las demandas ambientales, adaptándose a las mismas. Sin aprendizaje únicamente se trataría de una respuesta más o menos fortuita, cada vez que se presenta una estimulación, aunque esta haya sido la misma una y otra vez.

Tal como sucede a aquellas personas que, por alguna lesión y trauma craneoencefálico, no pueden acceder a su memoria a largo plazo, rigiéndose exclusivamente por su memoria a corto plazo, en donde, pasados unos
momentos, esos “recuerdos” se disipan y todo le vuelve a parecer nuevo y novedoso. Por tanto, el aprendizaje se puede considerar como un proceso superior, en el que participan otros más básicos, como la sensación, la percepción, la atención, la memoria, y las emociones. A nivel cerebral, existen distintos sistemas que van a participar en el proceso de aprendizaje, como el sistema nervioso periférico, encargado de recibir la información sensorio-receptiva y de hacer cumplir las órdenes, en cuando a ofrecer la respuesta conductual oportuna. A nivel del sistema nervioso central, la información
es conducida al cerebro, el cual la procesa, clasifica y memoriza, en caso de tratarse de aprendizajes, así como dar las instrucciones precisas para la respuesta
pertinente. Es en áreas especializadas del cerebro, donde intervienen los procesos de atención, percepción, memoria y emoción, sin los que el aprendizaje no sería posible.
Tal y como afirma la neuroeducación, la cual es una forma de aproximación de las neurociencias a la educación buscando optimizar esta última, el cerebro es al fin y al cabo el que aprende. El proceso de aprendizaje, se inicia normalmente por los sentidos, cuya información se conduce al cerebro, donde se separa en dos vías, una emocional y otra cognitiva, allí se percibe el estímulo una vez analizado, por las áreas especializadas para cada sentido y de ahí permanece
en la memoria. Para ello, y como base fundamental se encuentra el hipocampo, donde se guardará la memoria a corto plazo, antes de ser desechada o archivada en la memoria a largo plazo, produciéndose así el aprendizaje. Hay que tener en cuenta, que hasta hace escasamente unas décadas, se consideraba que el aprendizaje, se producía desde el momento del nacimiento, hasta la
etapa adulta, perdiéndose esta facultad cuando se llegaba a la tercera o cuarta edad. Hoy en día, y gracias a los avances de las neurociencias, se conoce que este proceso se inicia incluso antes del nacimiento y que va acompañando al ser humano, en todas sus etapas, incluida la última, eso sí, la velocidad de aprendizaje va cambiando, siendo este mayor durante las primeras etapas de vida, y ralentizándose en las etapas posteriores.
Así la estimulación recibida en el vientre materno, va a tener influencia en el desarrollo posterior del bebé, facilitando determinados procesos, en comparación con el que no recibió dicha estimulación. Tal y como lo muestra un estudio llevado a cabo por la Universidad de Helsinki (Finlandia), publicado en el 2013 en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences, en donde participaron treinta y tres mujeres embarazadas. A la mitad se las hizo oír repetidamente una pseudopalabra, es decir, una palabra
inventada, que no existe en su idioma, mientras que la otra mitad no escuchó nada nuevo. Después del nacimiento, al bebé se le evaluó, empleando un electroencefalograma, que registra la actividad eléctrica del cerebro, encontrando que los bebés del primer grupo, eran capaces de reconocer la pseudopalabra, frente a los que no habían recibido esa estimulación. Este es un ejemplo, de que los bebé tienen la capacidad de aprendizaje y memoria, con lo que, a partir de ese estudio, se afirma la importancia de la estimulación temprana en el desarrollo cognitivo, incluso antes del nacimiento, durante la gestación.
Una capacidad la de aprendizaje de la que los más pequeños, como los jóvenes, parecen unos privilegiados para adquirir cualquier nuevo conocimiento, donde
apenas les cuesta empezar un nuevo idioma o estudiar trigonometría. Algo que hasta hace unos años la ciencia tenía vetado a las personas mayores, argumentando que ellos, los pequeños, no estaban preparados para este
nuevo conocimiento.

El descubrimiento de la regeneración neuronal y de la creación de nuevas conexiones entre ellas, incluso a edades avanzadas, puso en tela de juicio dichas
afirmaciones, defendiendo la postura de que todo el mundo, a cualquier edad, puede aprender lo que quiera, ya que el cerebro está preparado para ello. Algo que obligó cambiar los marcos teóricos existentes, que por un lado constataban la dificultad de las personas mayores y por otro tenían las herramientas listas para el aprendizaje. Una de las teorías que surgió, para explicar esta contradicción, fue con respecto a que los pequeños y jóvenes tienen motivación y tiempo para ello, prácticamente es lo único que hacen, estudiar, comer
y jugar. En cambio, los adultos, están demasiado ocupados, para poder sacar unas pocas horas a la semana para estudiar un segundo idioma, y de semana a semana se le olvida lo aprendido, una explicación que parecía que satisfacía a todos, pero ¿Se puede aprender a cualquier edad? Esto es lo que se ha tratado de responder, con una investigación realizada desde la Universidad de Florida
(EE.UU.) cuyos resultados han sido publicados en el 2016, en la revista científica Frontiers in Aging Neuroscience. En el estudio participaron noventa y tres adultos, de los cuales el 60% eran mujeres, con edades comprendidas
entre los 43 a 85 años.

El aprendizaje es algo que se puede considerar natural, forma parte de ser del humano, le permite dar una mejor respuesta a las demandas del ambiente, a medida que va perfeccionándose mediante prueba y error, o por otras prácticas de aprendizaje. Pero el aprendizaje no es exclusivamente humano, si no que se puede observar en otros muchos seres de la naturaleza, aunque no en todos los seres vivos, ya que requiere de una serie de condiciones como son:

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